SOBRE UN OPÚSCULO
CAVERNARIO
María Luisa Arnaiz
La mujer que ahora
está tomando un helado de vainilla en la primera mesa de este café lo ha tenido
siempre muy claro. Busca (y buscará hasta que lo encuentre) lo que ella llama
un hombre de verdad, que vaya al grano, que no pierda el tiempo en detalles
galantes, en gentilezas inútiles. Quiere un hombre que no preste atención a lo
que ella pueda contarle, pongamos, en la mesa, mientras comen. No soporta a los
que intentan hacerse los comprensivos y, con cara de angelitos, le dicen que
quieren compartir los problemas de ella. Quiere un hombre que no se preocupe
por los sentimientos que ella pueda tener. Desde púber huyó de los pipiolos que
se pasaban el día hablándole de amor. ¡De amor! Quiere un hombre que nunca
hable de amor, que no le diga nunca que la quiere. Le resulta ridículo, un
hombre con los ojos enamorados y diciéndole: «Te quiero». Ya se lo dirá ella (y se lo dirá a menudo, porque lo querrá
de veras), y cuando se lo haya dicho recibirá complacida la mirada de compasión
que él le dirigirá. Esa es la clase de hombre que quiere. Un hombre que en la
cama la use como se le antoje, sin preocuparse por ella, porque el placer de
ella será el que él obtenga. Nada la saca más de quicio que esos hombres que,
en un momento u otro de la cópula, se interesan por si ha llegado o no al
orgasmo. Eso sí: tiene que ser un hombre inteligente, que tenga éxito, con una
vida propia e intensa. Que no esté pendiente de ella. Que viaje, y que (no hace
falta que lo haga muy a escondidas) tenga otras mujeres además de ella. A ella
no le importa, porque ese hombre sabrá que, con un simple silbido, siempre la
tendrá a sus pies para lo que quiera mandar. Porque quiere que la mande. Quiere
un hombre que la meta en cintura, que la domine. Que (cuando le dé la gana) la
manosee sin miramientos delante de todo el mundo. Y que, si por esas cosas de
la vida ella tiene un acceso de pudor, le estampe una bofetada sin pensar si
los están mirando o no. Quiere que también le pegue en casa, en parte porque le
gusta (disfruta como una loca cuando le pegan) y en parte porque está convencida
de que con toda esta oferta no podrá prescindir jamás de ella.
“La sumisión”, Quim Monzó
És brutal.
ResponderEliminarDespués de lo que hemos avanzado, que nos quieran vender "esto" me da vergüenza ajena e indignación.
ResponderEliminarUn texto redondo.
ResponderEliminarEl de Quim Monzón, por supuesto.
ResponderEliminaraustrolopithecus afarensis. S. XIX
ResponderEliminarMejor que no hubiese gente así, pero ya lo creo que la hay. Saludos.
ResponderEliminarMUNDO AL VERRES
ResponderEliminarMira que me gusta Quim Monzó... Qué bueno es, sí que sí.
ResponderEliminarQué bien ha retratado a algunos hombres.
ResponderEliminarUn besote.
Hay hombres que piensan así. Hay mujeres que piensan así. Desgraciadamente, los unos buscan a los otros.
ResponderEliminarLas cosas claras, desgarradoras: existen relaciones así, pero, afortunadamente,las mujeres hemos avanzado y conquistado la insumisión. Algunas lo han pagado con su vida. Recordemos: 45 mujeres asesinadas por sus parejas o "exparejas", en lo que va de año. Hay hombres brutales, pero también son los menos.
ResponderEliminarYo diría: no te cases y sé insumisa.
Saludos.