miércoles, 5 de junio de 2013

SEX CHANGE

LA REINA DEL AJEDREZ

María Luisa Arnaiz

Duane Hanson

   Mucha tinta ha corrido a propósito de la pieza que cambió de sexo a finales del siglo XV bajo los Reyes Católicos: la reina del ajedrez. Bernat Fenollar, Narcís Vinyoles y Francesc Castellví compilaron en “Scachs d'amor”, 1475, las normas creadas para introducir la dama en el juego. El poema es el primer documento en lengua romance que atestigua la mutación del “alferza” en dama (el alferza era el ‘firzán’, “consejero” en árabe, que Alfonso X había recomendado tallar “a semeiança del alferez que lleva la senna de las sennales del rey”, o sea, como el portaestandarte que cabalgaba junto al rey en las batallas). ¿Por qué se produjo el cambio del alferza en reina? Quizás por la concomitancia de dos adoraciones instauradas en el siglo XII. De un lado, la del Amor cortés, juego donde el amante servía y adoraba a la dama en una aberrante inhibición de la libido; de otro, la de la Virgen, cuyo culto fue creado entonces por la Iglesia para reprimir el placer físico mediante su abstracción. Así pues, los nobles pudieron mimetizar en el tablero su ideario y convertir el alferza en reina y el alfil en obispo. 

12 comentarios:

  1. Realmente interesante, tienes don para contar la historia. A mi me gusta mucho el ajedrez, juego mal, pero me gusta mas que jugar todo lo que encierra detrás. Un abrazo

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  2. Rasgo fundamental en el amor cortés es el adulterio. El amor debe de ser esforzado, libre, difícil y gratuito; lo que es imposible entre esposos. Entre cónyuges no cabe sino una 'maritalis affectio', pero ese amor violento, súbito, que calienta la sangre, induciéndo al vasallo a codiciar a la esposa de su señor, no tiene su asiento dentro de la institución matrimonial. Las cortes señoriales son el caldo de cultivo en el que se gesta el adulterio cortés: la promiscuidad doméstica de los castillos medievales. Con el señor en las cruzadas, en la caza o en la guerra y la señora rodeada de los jóvenes sobrinos y familiares varones del señor que permanecían en casa para completar su formación de futuros caballeros. Lo de la castidad de las señoras no deja de ser una leyenda, bien acogida por el imaginario colectivo pero poco creíble.

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    1. Castos, ninguno. Y menos si se empeñaba la Iglesia.

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  3. Me voy a dormir porque estoy supercanasada te he leído tres veces y no me aclaro.

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    1. Mejor tener a la reina entre las manos pensaría alguno.

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  5. Curiosa y complicada manera de salirse con la suya. La doctrina con letra entra.
    Gracias María Luisa.

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    1. Y si no entraba, se inventaban padecimientos sin fin.

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  6. Interesante.Todos los días se aprende algo caminando por este mundo de los blogs.

    Saludos.

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