AGUA DE HUNGRÍA

LAVANDA

María Luisa Arnaiz

La carta, Martín Llamedo

   Percibir el aroma de la lavanda y saturar la vista con los terrenos donde se cultiva son para mí sensaciones voluptuosas. Al buscar lavanda, el DRAE remite a “lavándula”, en cuya familia se integra el espliego o alhucema. En definitiva se trata de plantas que forman las notas de muchos perfumes como en el agua de Hungría, hecha a base de espliego, menta y romero. Madame Sévigné, que prefería esta agua, opinaba: “Es divina, me embriago con ella todos los días. Es una obsesión como el tabaco. Me parece buena para combatir la tristeza. Me encanta, es la cura para todas las penas”. Añadiré que tengo lavanda y menta plantadas más un seto de romero, que me hechizan los locales donde se quema este arbusto (‘rosmarinus’ o rocío del mar), que canto como nana el poema de García Lorca: “A la flor de romero / romero verde, / si el romero se seca / ya no florece. Ya no florece, / ya ha florecido, / a la flor del romero / que se ha perdido.” y que saludo a la primavera con el relato “Lavanda” de Andrés Trapiello: “Cuando florece la lavanda o alhucema, el azul del cielo se queda en la palma de la mano, mientras allí muelen los dedos tan elocuente espiga y sabemos que otra primavera nos ha sido concedida”.