“LA FIRMA”, WALTER BENJAMIN
María
Luisa Arnaiz
Laurent Botella
El escritor que se suicidó, o no, en Portbou
(Gerona), cuando huía de los nazis, usó las “Anécdotas” de Aleksandr Pushkin
para encabezar con el relato que copio su ensayo sobre Fran Kafka.
Potemkin sufría depresiones más o menos
periódicas durante las cuales nadie podía acercársele y la entrada a sus
aposentos estaba severísimamente prohibida. En la corte no se mencionaban para
nada sus dolencias pues era sabido que cualquier alusión al respecto provocaba
de inmediato el enojo de la emperatriz Catalina.
Una de esas depresiones del canciller se
prolongó más de lo habitual, ocasionando graves anomalías. En los despachos se
amontonaban los expedientes cuya resolución -que sin la firma de Potemkin era
imposible- urgía la zarina. Los altos funcionarios no sabían qué hacer. En aquellos
días Schuwalkin, un insignificante ujier, fue a parar casualmente a la antesala
del palacio del canciller, donde, como era habitual, se encontraban los consejeros
de Estado lamentándose y quejándose.
- ¿Qué ocurre, Excelencias? ¿En qué puedo
servir a sus Excelencias? -se hizo notar el solícito Schuwalkin.
Le explicaron lo que sucedía y lamentaron no
poder utilizar sus servicios.
- Si no es más que eso, señores míos -contestó
Schuwalkin-, déjenme los expedientes, por favor.
Los consejeros, que nada tenían que perder,
se dejaron convencer y Schuwalkin, con el fajo de expedientes bajo el brazo, se
encaminó… a los aposentos de Potemkin. Sin llamar… accionó el pestillo de la
puerta. La habitación no estaba cerrada con llave… En la penumbra se podía ver
a Potemkin con su bata raída, sentado en la cama y mordiéndose las uñas.
Schuwalkin se dirigió al escritorio, cogió la pluma y, sin decir palabra, la puso
en la mano de Potemkin al tiempo que dejaba el primer expediente sobre sus
rodillas. Después de mirar distraídamente al intruso, Potemkin firmó un
expediente tras otro. Cuando el último estuvo listo, Schuwalkin abandonó… la
habitación…
Agitando triunfalmente los expedientes,
entró en la antecámara. Los consejeros salieron a su encuentro y le arrebataron
los papeles… Jadeantes, se inclinaron sobre ellos. Nadie decía una palabra; el
grupo parecía haberse petrificado. El ujier se acercó… Sus ojos se posaron
entonces sobre las firmas. Un expediente y otro, y otro más, todos estaban firmados:
Schuwalkin, Schuwalkin, Schuwalkin…
La obsesiva interpretación sobre los gestos de la moral, la memoria o la decencia, no siempre acaban bien. Potemkin fue un genio, un guerrero estúpido y un gran amante, lástima que muriera, (comparado conmigo), tan joven.
ResponderEliminarHe estado en su tumba, en un cementerio diferente al de los demás, y he conocido gente que lo conoció y ayer estuve hojeando WALTER BEJAMIN, “LA FIRMA”. Casualidades.
ResponderEliminarimpresionante
ResponderEliminarIngenioso.
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