María Luisa Arnaiz
Miguel Vega
Camino por las
grandes avenidas, las anchas superficies negras, las banquetas en las que caben
todos y nadie me ve, nadie voltea, nadie me mira, ni uno solo de ellos. Ninguno
da la menor señal de reconocimiento. Insisto. Ámenme. Ayúdenme. Sí, todos.
Ustedes. Los veo. Trato de imantarlos; nada los retiene, su mirada resbala
encima de mí, me borra, soy invisible. Sus ojos evitan detenerse en algo, en
cualquier cosa, y yo los miro a todos tan intensamente, los estampo en mi alma,
en mi frente; sus rostros me horadan, me acompañan; los pienso, los recreo, los
acaricio. Nosotras las mujeres atesoramos los rostros; de hecho, en un momento
dado, la vida se convierte en un solo rostro al que podemos tocar con los
labios. Ámenme, véanme, aquí estoy. Alerto todas las fuerzas de la vida; quiero
traspasar los vidrios de la ventanilla, decir: “Señor, señora, soy yo”, pero
nadie, nadie vuelve la cabeza, soy tan lisa como esta pared de enfrente.
Debería gritarles: “Su sociedad sin mí sería incompleta, nadie camina como yo,
nadie tiene mi risa, mi manera de fruncir la nariz al sonreír, jamás verán a
una mujer acodarse en la mesa como lo hago, nadie esconde su rostro dentro de
su hombro...señores, señoras, niños, perros, gatos, pobladores del mundo
entero, créanme, es la verdad, les hago falta.”
Me gustaría pensar que me oyen pero sé que no es cierto. Nadie me espera. Sin embargo, todos los días tercamente emprendo el camino, salgo a las anchas avenidas, a ese gran desierto íntimo tan parecido al que tengo adentro. Necesito tocarlo, ver con los ojos lo que he perdido, necesito mirar esta negra extensión de chapopote, necesito ver mi muerte.
Elena Poniatowska, “De noche vienes”
Una buena entrada para leerla el viernes a las casi diez y media. Un abrazo
ResponderEliminarTus palabras me desasosiegan. Si no fuera por el abrazo…
EliminarMe ha recordado a Cioran.
ResponderEliminarPor lo devastador, supongo. Sí.
EliminarLa angustia de la soledad ante un mundo de indiferencia egoísta.
ResponderEliminarTremendo este desentenderse de del otro.
EliminarUna soledad arrastrada a diario ente la indiferencia de la multitud.
ResponderEliminarBesos acompañados.
Esos besos “acompañados” me han venido estupendamente.
EliminarGloria: tu blog contiene "virus malicioso". Compruébalo.
EliminarBeautiful .. I like it very much
ResponderEliminarConmovedor este grito de auxilio, esa súplica para hacerse visible a los ojos de los demás. ¡Cuánto los necesitamos! Y, sin embargo, cuánto hay dentro de nosotras que nos permite resistir al desamor y a la indiferencia. Y cuán indiferentes podemos ser también a quienes pasan por nuestro lado gritando las mismas palabras que nosotras. Un abrazo, querida amiga.
ResponderEliminarCreo que la indiferencia es el peor castigo para una persona.
Eliminar