María Luisa Arnaiz
Oleg Babkin (fotografía)
Había en Éfeso una
matrona con tal fama de honesta que hasta venían las mujeres a conocerla desde
países vecinos. Esta matrona perdió a su esposo y no se contentó entonces con
ir detrás del cuerpo con los cabellos en desorden, como es costumbre entre el
vulgo, ni con golpearse el pecho desnudo ante los ojos de todos, sino que fue
detrás de su finado marido hasta su tumba y, luego de depositarlo según la
usanza de los griegos en el hipogeo, se consagró a velar el cuerpo y a llorarlo
día y noche. Sus padres y familiares no pudieron hacerla desistir de esa actitud
que, llevada a la desesperación, la haría morir de hambre. Hasta los
magistrados se marcharon también y aquella mujer de singular
ejemplaridad y llorada por todos llevaba ya cinco días sin probar bocado. La
acompañaba una sirvienta muy fiel que compartía su llanto y reanimaba la
lamparilla que alumbraba el sepulcro cuando comenzaba a apagarse. En la ciudad
no se hablaba de otra cosa que no fuera de esta abnegación y hombres de toda
condición social la creían ejemplo único de castidad y amor conyugal.
En ese tiempo el
gobernador de la provincia ordenó crucificar a varios ladrones cerca de la
cripta donde la matrona lloraba sin interrupción la reciente muerte de su
marido. Durante la noche siguiente a la crucifixión, un soldado que vigilaba
las cruces para impedir que alguno desclavase los cuerpos de los ladrones para
sepultarlos, notó una lucecita que titilaba entre las tumbas y oyó los lamentos
de alguien que lloraba. Llevado por la natural curiosidad humana, quiso saber
quién estaba allí y qué hacía. Bajó a la cripta y, descubriendo a una mujer de
extraordinaria belleza, quedó paralizado de miedo, creyendo hallarse frente a
un fantasma o una aparición. Pero cuando vio el cadáver tendido, las lágrimas de
la mujer y su rostro rasguñado, se fue desvaneciendo su propia impresión,
dándose cuenta de que estaba ante una viuda que no hallaba consuelo. Llevó a la
cripta su magra cena de soldado y comenzó a animar a la doliente para que no se
obstinara con aquel dolor superfluo, ni desgarrara su pecho con lamentos que de
nada iban a servir, diciéndole que todos tenemos el mismo final y la misma
morada, así como las demás cosas con las que las mentes desquiciadas recuperan
el juicio. Mas ella, afectada por el consuelo del desconocido, se golpeó el
pecho con mayor vehemencia, se arrancó los cabellos y los colocó encima del
cuerpo yacente. El soldado, sin desanimarse, insistió, tratando de hacerle
probar su cena. Al fin la sirvienta, tentada por el aroma del vino, no pudo
resistir la invitación y alargó la mano a lo que les ofrecía, y, cuando recobró
las fuerzas con el alimento y la bebida, comenzó a minar la resistencia de su
señora diciéndole:
Oleg Babkin
(fotografía)
“¿De qué te servirá
todo esto? ¿Qué ganas con dejarte morir de hambre o enterrada, entregando tu
alma antes que el destino la pida? Los despojos de los muertos no piden locuras
semejantes. Vuelve a la vida. Deja de lado tu error de mujer y goza, mientras
sea posible, de la luz del cielo. El propio cuerpo que ahí yace debe
aconsejarte que vivas”.
Por lo demás, ya
sabéis lo que suele tentar a una persona con la panza llena. Con la misma
zalamería con la que el soldado había conseguido que la señora siguiese
viviendo, puso manos a asaltar su castidad. Y el joven no se le antojaba a la
casta hembra ni feo ni carente de labia, mientras que la criada le conciliaba
su gracia, diciéndole machaconamente:
“¿Vas a resistirte
también a un amor que te agrada? ¿Para qué detenerte más?” La mujer no se
abstuvo tampoco de esa parte del cuerpo y el soldado tuvo dos triunfos. Se
acostaron juntos no sólo esa noche sino también el día siguiente y el otro,
cerrando bien las puertas de la cripta de modo que si pasase por allí tanto un
familiar como un desconocido, creyeran que la fiel mujer había muerto sobre el
cadáver de su esposo. El soldado, fascinado por la hermosura de la mujer y por
lo misterioso de estos amores, compraba de todo lo mejor que su bolsa le
permitía y al caer la noche lo llevaba al sepulcro. Pero he aquí que los
parientes de uno de los ladrones, notando la falta de vigilancia nocturna,
descolgaron su cadáver y lo sepultaron. El soldado, al hallar al otro día una
de las cruces sin muerto, temeroso del suplicio que le aguardaría, comunicó a la
mujer lo que había ocurrido, así como que no iba a esperar la sentencia del
juez, sino que con la espada haría justicia a su abandono. Una vez muerto, ella
solo tenía que ponerlo junto al cadáver se su marido. Pero la mujer, tan
compasiva como virtuosa, le respondió:
“No permitan los
dioses que yo contemple al mismo tiempo la muerte de los dos hombres que más
quiero. Prefiero colgar al muerto que matar al vivo”.
Conforme a estas
palabras, mandó sacar el cuerpo de su esposo del sepulcro y clavarlo en la cruz
vacía. El soldado se aprovechó de la martingala de tan espabilada mujer y al
día siguiente el pueblo se preguntaba admirado cómo había subido el muerto a la
cruz.
Petronio, “El satiricón”
bellos relato y con tantas componentes evanglelicas que no he dejado de pensar en la magdalena el primerser que vio resucitado a Nuestro Señor y que gritó histerica echandose en sus brazos
ResponderEliminarel amor de mi vida< jesus tuvo que decirle que dejara de palparlo.
fue la primera y unica mujer apostol
del evangelio apocrifo de maria
Esta historia se utilizó regularmente en los púlpitos contra las mujeres.
EliminarEstá archicomprobado que, bien en unos casos y mal en otros, el muerto al hoyo y el vivo al bollo...
ResponderEliminarEl festín (el bollo) tras la muerte es de rigor.
EliminarEse relato me ha echo pasar un momento de humor !!!!...y tant avispada que era!!! a pesar del dolor , le funciono muy bien el razonamiento ,,jejejee..
ResponderEliminarDesde luego que el deseo no le nubló el entendimiento.
EliminarSiempre que he venido , me he ido sabiendo algo mas.
ResponderEliminarGracias, jajaja, me encanto!
Un abrazo Mª Luisa.
A pesar de su antigüedad la historia se sigue aplaudiendo.
EliminarEn casos extremos, las soluciones siempre son ingeniosas.
ResponderEliminarUn abrazo.
El ingenio de las mujeres es proverbial…
EliminarEmocionante relato, María Luisa. Desenlace inesperado, astuto y perverso, pero psssssssssss, inteligentemente perfecto.
ResponderEliminarEscucha aunque no sé si te gustará (a mí, sí):
Eliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=vhdV2xpudw0